El perro como objeto de condensación psicoanalítica: Transferencia, proyección y la actualización del deseo

Más allá del vínculo

Introducción

La relación entre humanos y perros constituye un fenómeno de particular riqueza para el análisis psicoanalítico, precisamente porque en ella convergen múltiples mecanismos psíquicos que operan simultáneamente. Este ensayo examina cómo el perro doméstico funciona como un objeto único donde se condensan procesos de transferencia, proyección y actualización de deseos inconscientes, operando en un espacio liminal entre naturaleza y cultura, entre lo simbólico y lo real.

La simultaneidad de mecanismos psíquicos

Melanie Klein, en “Notas sobre algunos mecanismos esquizoides” (1946), establece que “la proyección y la introyección funcionan desde el comienzo de la vida postnatal como algunas de las primeras actividades del yo” (Klein, 1946: 8). Esta simultaneidad de mecanismos es crucial para entender la complejidad de nuestra relación con los perros.

El perro, a diferencia de otros objetos de amor, ocupa una posición única: es suficientemente otro para recibir nuestras proyecciones, pero suficientemente presente y responsivo para activar dinámicas transferenciales. Como señala Christopher Bollas en La sombra del objeto (1987), ciertos objetos tienen la capacidad de evocar experiencias self tempranas, funcionando como “objetos transformacionales” (Bollas, 1987: 14).

El perro como sublime objeto del deseo inconsciente

Retomando a Slavoj Žižek en El sublime objeto de la ideología (1989), pero complejizando su lectura, podemos entender al perro no solo como pantalla de proyección sino como objeto que activa deseos arcaicos. Žižek señala que “la sublimidad de un objeto no es una propiedad intrínseca sino que surge de que ocupa el lugar de la Cosa” (Žižek, 1989: 241).

El perro encarna simultáneamente:

  • La naturaleza perdida (proyección de lo que creemos haber sacrificado)
  • El amor incondicional pre-edípico (transferencia del vínculo materno primordial)
  • La posibilidad de control omnipotente (actualización de fantasías infantiles de dominio)

La transferencia en el vínculo humano-canino

Contrariamente a la idea de que la transferencia solo ocurre en el encuadre analítico, Jacques Lacan en el Seminario VIII sobre la transferencia (1960-1961) amplía el concepto: “Cada vez que un hombre habla a otro de manera auténtica y plena, hay, en el sentido propio, transferencia” (Lacan, 1960-1961: 109).

Con el perro, esta transferencia adquiere características particulares:

  1. Transferencia pre-verbal: Donald Winnicott, en “Objetos transicionales y fenómenos transicionales” (1951), describe cómo ciertos objetos permiten la transición entre la fusión primaria y la separación. El perro puede funcionar como un objeto transicional permanente, permitiendo la actualización de estados pre-verbales de comunicación (Winnicott, 1951: 229-242).
  2. Transferencia con devolución xenosemiótica: A diferencia del analista humano que devuelve la transferencia elaborada en lenguaje simbólico compartido, el perro responde en un código otro. Como señala Vinciane Despret en What Would Animals Say If We Asked the Right Questions? (2016), “los animales responden a nuestras proyecciones emocionales, pero sus respuestas están codificadas en una semiótica que solo parcialmente podemos descifrar” (Despret, 2016: 87).
  3. Transferencia idealizada: El perro, en su aparente incondicionalidad, permite la actualización de un deseo de amor absoluto que, como indica André Green en Narcisismo de vida, narcisismo de muerte (1983), remite a la “relación primaria con el objeto absolutamente necesario” (Green, 1983: 127).

La devolución en código otro: el perro como analista xenosemiótico

El sistema de respuesta canino

El perro responde a nuestra transferencia mediante:

  • Modificaciones posturales sutiles (orejas, cola, tensión muscular)
  • Variaciones en la mirada (sostenida, evitativa, intermitente)
  • Vocalizaciones moduladas (no solo ladridos, sino gruñidos suaves, suspiros, gemidos)
  • Proximidad y distancia (acercamientos, alejamientos calibrados)
  • Respuestas fisiológicas visibles (jadeo, temblor, quietud)

Como señala Konrad Lorenz en Hablaba con las bestias, los peces y los pájaros (1949), estos comportamientos constituyen “un lenguaje que, aunque no verbal en sentido humano, es profundamente comunicativo” (Lorenz, 1949: 78).

La ilusión de transparencia y la opacidad real

Thomas Sebeok, fundador de la zoosemiótica, en Signos: Una introducción a la semiótica (1994), establece que “cada especie vive en su propio Umwelt [mundo perceptual], con sus propios códigos de significación” (Sebeok, 1994: 103).

Lo fascinante es que el perro nos devuelve nuestra transferencia traducida a su sistema simbólico:

  • Cuando proyectamos ansiedad, puede responder con conductas apaciguadoras
  • Cuando transferimos necesidad de control, puede responder con sumisión ritualizada o resistencia calibrada
  • Cuando actualizamos deseos de fusión, puede responder con proximidad física modulada

El malentendido productivo

Jacques Derrida, en El animal que luego estoy si(gui)endo (2008), reflexiona sobre este encuentro: “El animal me mira y yo estoy desnudo ante él. ¿Y él? ¿Piensa? ¿Qué es lo que llamo pensar?” (Derrida, 2008: 19).

Esta incertidumbre sobre la decodificación es constitutiva de la relación. Como señala Eduardo Kohn en How Forests Think (2013): “Los perros y los humanos han co-evolucionado sistemas de comunicación trans-específicos que son efectivos precisamente en su ambigüedad” (Kohn, 2013: 131).

Esta devolución en código extraño produce efectos específicos:

  • Permite proyección infinita: La ambigüedad de la respuesta canina permite que continuemos proyectando significados
  • Genera sensación de comprensión mística: La respuesta parcialmente legible crea la ilusión de una comprensión más profunda que la verbal
  • Mantiene el enigma del Otro: El perro permanece como alteridad radical mientras parece responder a nuestras necesidades

Implicaciones para el proceso transferencial

Gregory Bateson, en Pasos hacia una ecología de la mente (1972), señala que “la comunicación mamífera es fundamentalmente sobre relación” (Bateson, 1972: 367). El perro nos devuelve no el contenido de nuestra transferencia sino información sobre la relación misma.

Esto significa que el perro funciona como un “analista” peculiar que:

  • No interpreta en el sentido psicoanalítico clásico
  • Pero sí metaboliza afectivamente nuestra transferencia
  • Y la devuelve transformada en su propio registro semiótico
  • Creando un circuito de retroalimentación afectiva trans-específico

Esta comprensión más sofisticada revela que la relación humano-perro no es unidireccional (pura proyección nuestra) sino genuinamente intersubjetiva, aunque en un modo de intersubjetividad radical que cruza fronteras de especie y sistemas simbólicos.

La proyección como mecanismo complementario

La proyección opera simultáneamente con la transferencia, pero en un registro diferente. Mientras la transferencia actualiza relaciones y deseos, la proyección expulsa y localiza en el perro aspectos del self. Como establece Wilfred Bion en Aprendiendo de la experiencia (1962), “la proyección no es solo expulsión sino también una forma primitiva de comunicación” (Bion, 1962: 31).

Proyectamos sobre el perro:

  • Nuestra agresividad reprimida (cuando lo vemos como “protector feroz”)
  • Nuestra vulnerabilidad negada (cuando lo vemos como “necesitado de protección”)
  • Nuestra capacidad de amor puro (cuando lo vemos como “amor incondicional”)

El falo y el objeto a: una doble inscripción

El perro opera en dos registros lacanianos simultáneamente. Por un lado, funciona como pantalla donde se inscribe la falta fálica. Como señala Lacan en “La significación del falo” (1958), “el falo es el significante privilegiado de esa marca donde la parte del logos se une al advenimiento del deseo” (Lacan, 1958: 287).

Por otro lado, el perro encarna el objeto a, causa del deseo. Bruce Fink, en El sujeto lacaniano (1995), clarifica: “El objeto a es simultáneamente el objeto que creemos haber perdido y el objeto que ponemos en el lugar de esa pérdida” (Fink, 1995: 83). El perro representa tanto la naturaleza perdida como el intento de recuperarla.

La dimensión intersubjetiva: reconocimiento y dominación

Jessica Benjamin, en Los lazos de amor (1988), introduce la dialéctica del reconocimiento mutuo, señalando que “el deseo de reconocimiento implica la paradoja de que necesitamos al otro para ser nosotros mismos” (Benjamin, 1988: 53). Con el perro, esta dialéctica se complejiza:

  • Buscamos reconocimiento del perro (transferencia del deseo de ser amados)
  • Proyectamos sobre él nuestra capacidad de reconocer
  • Actualizamos fantasías de dominio y sumisión

Giorgio Agamben, en Lo abierto (2002), añade que el animal “es capturado en nuestra apertura precisamente en tanto que no-abierto” (Agamben, 2002: 92). Esta asimetría fundamental permite que el perro sea simultáneamente objeto de amor y de dominio.

La actualización de lo arcaico

Julia Kristeva, en Poderes de la perversión (1980), desarrolla el concepto de lo “semiótico” como aquello pre-verbal que persiste en lo simbólico. La relación con el perro permite la actualización de este registro semiótico: “El afecto es la manifestación más arcaica de la vinculación con el otro” (Kristeva, 1980: 21).

El ladrido, el contacto físico, la mirada del perro activan memorias corporales pre-verbales, permitiendo una regresión controlada a estados arcaicos de fusión. Como señala Daniel Stern en El mundo interpersonal del infante (1985), estos “momentos de encuentro” reactivan patrones de “sintonización afectiva” temprana (Stern, 1985: 138).

La dialéctica víctima-victimario revisitada

La comprensión de la simultaneidad transferencia-proyección ilumina los casos de maltrato animal. Sándor Ferenczi, en “Confusión de lenguas entre los adultos y el niño” (1933), describe cómo el trauma genera identificación con el agresor. En el maltrato al perro confluyen:

  • Transferencia negativa: actualización de vínculos hostiles tempranos
  • Proyección de aspectos rechazados: el perro como receptáculo de lo abyecto propio
  • Identificación proyectiva: como describe Hanna Segal en Introducción a la obra de Melanie Klein (1964), “partes del self son escindidas y proyectadas con fines de control omnipotente” (Segal, 1964: 27)

El perro como objeto cultural sintomático

Desde una perspectiva más amplia, la intensificación contemporánea del vínculo humano-perro puede leerse como síntoma cultural. Christopher Lasch, en La cultura del narcisismo (1979), señala la búsqueda de vínculos que no amenacen el frágil self narcisista. El perro ofrece:

  • Gratificación narcisista sin riesgo de crítica
  • Ilusión de control omnipotente
  • Evitación de la ambivalencia inherente a los vínculos humanos

Sherry Turkle, en Alone Together (2011), extiende este análisis: “Buscamos en los animales y las máquinas relaciones que no nos exijan la complejidad de la intersubjetividad plena” (Turkle, 2011: 65).

Implicaciones clínicas y éticas

Thomas Ogden, en La matriz de la mente (1986), propone que la salud psíquica requiere la capacidad de moverse dialécticamente entre diferentes modos de generar experiencia. La relación con el perro puede ser terapéutica cuando:

  1. Facilita la elaboración: El perro como objeto transicional que permite procesar pérdidas y duelos
  2. Permite la regresión benigna: Acceso a estados pre-verbales en un contexto seguro
  3. Ofrece reparación: Como señala Klein, la posibilidad de reparar objetos internos dañados

Sin embargo, se vuelve patológica cuando:

  • Sustituye completamente los vínculos humanos
  • Se basa en la negación de la alteridad del animal
  • Perpetúa dinámicas de control omnipotente

Conclusión

La relación humano-perro revela la complejidad de los mecanismos psíquicos que operan en nuestros vínculos afectivos. La simultaneidad de transferencia, proyección y actualización de deseos arcaicos, junto con la comprensión del perro como “analista xenosemiótico” que devuelve nuestras comunicaciones en un código otro, hace de esta relación un fenómeno único donde convergen lo pre-verbal y lo simbólico, la naturaleza y la cultura, el amor y el dominio.

Reconocer esta complejidad no implica patologizar estos vínculos, sino comprenderlos en su riqueza psicodinámica. Como señala Donald Moss en Thirteen Ways of Looking at a Man (2012), “nuestros síntomas son también nuestras soluciones” (Moss, 2012: 43). El perro, en tanto síntoma cultural y solución individual, revela tanto nuestras carencias como nuestras capacidades de amor, cuidado y reparación.

La tarea ética consiste en mantener la tensión dialéctica: permitir que el perro funcione como objeto transicional, transferencial y proyectivo, mientras reconocemos su alteridad irreductible y su capacidad de respuesta en su propio código semiótico. Solo así podemos transformar la relación de dominio en una de cuidado mutuo, donde la asimetría inevitable no se convierta en explotación sino en responsabilidad ética hacia ese otro que, en su mudez aparente, nos habla en un lenguaje que debemos aprender a escuchar.

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